El Bipartidismo.
Es el sistema político de la Restauración se basaba en la existencia de dos
grandes partidos, el conservador y el liberal, que coincidían ideológicamente en lo fundamental, pero asumían de manera consensuada dos
papeles complementarios.
Ambos partidos, el conservador y el liberal, defendían la monarquía, la Constitución, la propiedad privada y la consolidación del Estado liberal, unitario y centralista. La extracción social de las fuerzas de ambos partidos era bastante homogénea y se nutría básicamente de las élites económicas y de la clase media acomodada, aunque era mayor el número de terratenientes entre los conservadores y el de profesionales entre los liberales.
Cánovas y Sagasta |
El Partido Liberal-Conservador se organizó alrededor de su líder, Antonio Cánovas del Castillo, y aglutinó a los sectores más conservadores y tradicionales de la sociedad ( la excepción de los carlistas y los integristas más radicales). El Partido Liberal-Fusionista tenía como principal dirigente a Práxedes Mateo Sagasta y reunió a antiguos progresistas, unionistas y algunos exrepublicanos moderados.
En cuanto a su actuación política, las diferencias entre los partidos eran mínimas. Los conservadores se mostraban más proclives al inmovilismo político y a la defensa de la
Para el ejercicio del gobierno se contemplaba el turno pacífico o alternancia regular en el poder entre las dos grandes opciones dinásticas, cuyo objeto era asegurar la estabilidad institucional mediante la participación en el poder de las dos familias del liberalismo.
El Caciquismo.
La
alternancia en el gobierno fue posible gracias a un sistema electoral
corrupto y manipulador que no dudaba en comprar votos, falsificar actas y
utilizar prácticas coercitivas sobre el electorado, valiéndose de la
influencia y del poder económico de determinados individuos sobre la
sociedad (caciquismo). La adulteración del voto se logró mediante el
restablecimiento del sufragio censitario, el trato más favorable a los
distritos rurales frente a los urbanos y, sobre todo, por la
manipulación y las trampas electorales.
El control del proceso electoral se ejercía a partir de dos instituciones: el ministro de la Gobernación y los caciques locales. Este ministro era, de hecho, quien elaboraba la lista de los candidatos que deberían ser elegidos (encasillado) y quien nombraba los diputados ajenos a la circunscripción, los llamados cuneros. Los gobernadores civiles transmitían la lista de los candidatos ministeriales a los alcaldes y caciques y todo el aparato administrativo se ponía a su servicio para garantizar su elección.
Todo un conjunto de trampas electorales ayudaba a conseguir este objetivo: es lo que se conoce como el pucherazo, es decir, la sistemática adulteración de los resultados electorales. Así, para conseguir la elección del candidato gubernamental, no se dudaba en falsificar el censo (incluyendo a personas muertas o impidiendo votar a las vivas), manipular las actas electorales, ejercer la compra de votos y amenazar al electorado con coacciones de todo tipo (impedir la propaganda de la oposición e intimidar a sus simpatizantes o no dejar actuar a los interventores, etc.)
Además del falseamiento electoral,
el sistema se sustentaba en el caciquismo. Los caciques eran individuos
o familias que, por su poder económico o por sus influencias políticas,
controlaban una determinada circunscripción electoral. El caciquismo
era más evidente en las zonas rurales, donde una buena parte de la
población estaba supeditada a los intereses de los caciques, quienes,
gracias al control de los ayuntamientos, hacían informes y certificados
personales, controlaban el sorteo de las quintas, proponían el reparto
de las contribuciones, podían resolver o complicar los trámites
burocráticos y administrativos y proporcionaban puestos de trabajo. Así,
los caciques se permitieron ejercer actividades discriminatorias y con
sus favores agradecían la fidelidad electoral y el respeto a sus
intereses.
Todas estas prácticas fraudulentas se apoyaban en la
abstención de una buena parte de la población, cuya apatía electoral se
explica tanto por no sentirse representada como por el desencanto de las
fuerzas de la oposición en participar en el proceso electoral. En
general, la participación electoral no superó el 20% en casi todo el
período de la Restauración.
Mapa del caciquismo en España |
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